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MALLORCA
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Dijo una vez un pensador, que la vida es como un tren. Se suben y se bajan muchas personas, y siguen diferentes vías y, algunos, sólo pasan una vez. El tren de Sóller sería el equivalente a una vida feliz, despreocupada, en un camino permanentemente hermoso y con un destino del que hay que regresar con los más bonitos recuerdos.
El tren de Sóller es como un entrañable abuelo. Su época es la de principios del siglo XX, y así lo atestigua el ferrocarril y sus vagones de madera con asientos de cuero, que conservan el mismo aspecto que el día de su inauguración, en 1912. Además, las butacas pueden intercambiar su posición, de tal manera que es posible sentarse de dos en dos, o de cuatro en cuatro, unos enfrente de otros.
En el vagón de primera clase, en lugar de asientos hay sofás, con lo que el viaje es muchísimo más cómodo.
Parte de la estación de Palma, tras el silbido del revisor, y empieza un recorrido a través de la sierra de Tramontana, de aproximadamente 30 kilómetros. Pasa por las localidades de Son Sardina y se detiene en Bunyola, a recoger o dejar pasajeros.
Si el tiempo lo permite, durante el recorrido se puede salir a los pescantes a ver pasar el paisaje, a moderada velocidad, y a disfrutar del aire y del característico traqueteo sobre los raíles.
En total el trayecto dura una hora y, una vez pasada la parada de Bunyola, las montañas empiezan a hacer acto de presencia, orgullosas, pero permisivas con el antiguo ferrocarril. Los túneles -hasta trece- comienzan a sucederse hasta llegar al más largo, de casi tres kilómetros, que atraviesa la Serra d’Alfàbia.
Antes de llegar al valle de Sóller hay una parada para poder disfrutar del paisaje y la panorámica del pueblo.
A la llegada a Sóller, amenizada por el característico silbido del tren, se puede disfrutar de la plaza de la Constitución, y visitar la increíble iglesia de Sant Bartolomé, de estilo modernista, o bien acercarse a la fábrica La Luna, donde se elabora sobrasada, embutidos varios y patés, o callejear por los preciosos caminos y vías que rodean y desembocan en la plaza principal.
Aceite, zapatos, aguacates -dicen que de los mejores que se pueden probar- productos artesanos… Un viaje para y por los sentidos.
El broche final es subirse al tranvía eléctrico, el único de su condición que queda en Mallorca, para acercarse hasta el puerto de Sóller. El recorrido bordea el mar e incluso se pueden ver algunos de los huertos que producen las famosas naranjas de Sóller.
Cuando el tranvía llega al puerto, apenas tras cinco kilómetros de recorrido, hay muchas propuestas para conocer más de cerca esta localidad costera y de tradición de pescadores.
La visita al Oratorio de Santa catalina o al Far Vell -faro viejo- son casi obligadas, así como acercarse al museo del Mar y sus espectaculares acantilados, contemplar el paisaje desde el Far Gros -faro grande- y Muleta o, por supuesto, tomar un zumo, granizado o helado de naranjas, evidentemente, de Sóller.
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